Estimados alumnos de la Sección 4 de Administración de Desastres.
Ante todo reciban un saludo Cordial. Les solicito una vez más que hagan sus comentarios sobre el Tema de los Derechos Humanos, a partir de Hoy Miércoles 26-11-2008, hasta el día viernes 29-11-2008 hora: 18:00. No revisaré ni tomaré en cuenta comentarios que sean extemporáneos, es decir, fuera de estas fechas; así mismo, los comentarios que sea enviados a mi correo personal. Todos los comentarios debe ser publicados en esta página Blogger. Atte. Prof. Rafael Amaya. Corran la voz.
En la Declaración Universal de Derechos Humanos, que la Asamblea General proclamó en 1948, se establecen los derechos y las libertades fundamentales para todos los hombres y mujeres, entre ellos el derecho a la vida, la libertad y la nacionalidad; a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; el derecho a trabajar, a recibir educación, a tener alimento y vivienda y a participar en el gobierno.
Esos derechos son jurídicamente vinculantes en virtud de dos pactos internacionales en los cuales son parte la mayoría de los Estados. Uno de los pactos se refiere a los derechos económicos, sociales y culturales, y el otro, a los derechos civiles y políticos. Junto con la Declaración, dichos pactos constituyen la Carta Internacional de Derechos Humanos.La Declaración sentó las bases para la formulación de más de 80 convenciones y declaraciones sobre derechos humanos; entre ellas, los dos pactos internacionales, las convenciones para la eliminación de la discriminación racial y la discriminación contra la mujer, las convenciones sobre los derechos del niño, contra la tortura y otros tratos o penas crueles o degradantes, la situación de los refugiados y la prevención y el castigo del delito de genocidio, así como las declaraciones sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales, étnicas, religiosas o lingüísticas, el derecho al desarrollo, y los derechos de los defensores de los derechos humanos.
La cuestión del fundamento de los derechos humanos se hace ya lógicamente inevitable cuando en la terminología jurídica al uso, ampliamente generalizada en el lenguaje normativo del derecho constitucional contemporáneo, se califica a estos derechos como fundamentales. La expresión técnica habitual que se usa para su denominación es la conocida de derechos fundamentales de la persona humana.
En contra de esa primera objeción, tan característica del escepticismo ambiental, de el que se sienten muy a gusto las más poderosas corrientes del llamado pensamiento débil o post moderno, la experiencia diaria de lo que está ocurriendo con el hombre y con sus derechos más elementales, por toda la geografía política del planeta, es de tal gravedad que obliga a la conciencia moral de la sociedad y a la de las personas individuales, singularmente a las de quienes poseen cualquier tipo de responsabilidad social, pública o privada, a preguntarse por las razones profundas de lo que esté pasando.
De aquí que mucho más que las razones de la lógica jurídica o de la teoría general del derecho, es la vida misma, el presente y futuro de la familia humana, lo que empuja a plantearse con urgencia la cuestión de los fundamentos de los derechos de la persona.
Juan Pablo II se atrevía a decir, en el Mensaje para el Día Mundial de la Paz del 1 de enero de 1999, que "la paz florece cuando se observan íntegramente estos derechos, mientras que la guerra nace de su transgresión y se convierte, a su vez, en causa de ulteriores violaciones aún más graves de los mismos".
La crisis político-jurídica de los derechos humanos va acompañada y está envuelta en una crisis social que se manifiesta en la aparición generalizada de fenómenos de violaciones sistemáticas de los mismos y del apoyo que encuentran, explícita o implícitamente, en sectores de la sociedad, de amplitud y arraigo notorios, aunque siempre, poderosos. Citemos algunos casos especialmente flagrantes y dolorosos: el terrorismo, el tráfico con las personas —"la trata de blancas", la venta y explotación de niños para los más variados fines, "el comercio" con los emigrantes ilegales-, el tráfico de armas y el narcotráfico. Todos ellos alcanzan una dimensión mundial. Están presentes y operan, con mayor o menor fuerza, en todas las áreas del mundo. Son autónomos en sus orígenes socio-políticos y en la organización interna, pero presentan fuertes conexiones y apoyos mutuos, sin que les falte un entorno social de simpatizantes y colaboradores de toda clase, más o menos extenso y diferenciado sociológicamente. Todos estos fenómenos delatan una radical inmoralidad e inhumanidad: la del desprecio al hombre mismo y la de la brutal negación de la dignidad de las personas, que encuentra en los atentados terroristas su más perversa y odiosa expresión. El olvido de Dios e, incluso, su desprecio, que se esconde objetivamente en estas actitudes, es igualmente radical y no tiene paliativos.